viernes, 1 de agosto de 2008

CAPÍTULO XV.

Se propuso cumplir al regreso con los encargos de doña Matilde. Mientras viajaba, resolvió que sería bueno pasar uno o dos días en la casa que Néstor tenía en Rosario y allí trazar una estrategia sobre los pasos a seguir. Esta vez estaba dispuesto a proyectar todas sus acciones futuras para no dejar nada librado al azar. Aunque esa manera de obrar hasta el momento le había dado excelentes resultados, lo reputaba como fruto de la casualidad. (¿No hay casualidades?)
Tenía que resolver también como resguardar el dinero que tenía para no volver a correr el peligro de que se destruyera con la inundación o que alguien se lo robara.
A medida que iba pasando por distintas ciudades, iba abriendo cuentas de ahorro y plazos fijos bancarios, utilizando el documento falsificado. De esa manera evitaba el riesgo de tener que justificar la posesión de tanto dinero.
Le alegró que la casa de Néstor estuviera en el Gran Rosario y no en el centro. Era un chalecito humilde pero que, como todos, tenía su historia. Ahí había descubierto Néstor el engaño de su mujer y, sin decirle ni una sola palabra, tomó algunas de sus pertenencias y se fue a Formosa, donde tenía amigos que siempre lo estaban invitando a radicarse allí.
Nunca más supo de la mujer, pero los vecinos le informaron por carta que se había ido sin decir donde. Ellos quedaron a cargo de la vivienda vacía y a ellos se dirigió Sergio con un mensaje escrito por Néstor para que le dieran la llave.
Fue muy parco con esos vecinos que tenían muchas ganas de hablar. No podía darse el lujo de perder el tiempo que tenía para meditar, en charlas inconducentes.
Ya instalado, volvió a trazar un plan como cuando comenzó todo, cuando los hombres de la Fundación lo eligieron para su “beneficencia”.
Lo primero que se planteó fue si su plan original había fracasado. Aunque a simple vista parecía que sí, concluyó en que había seguido al pie de la letra lo que se había propuesto. Las cosas no salieron como había pensado pero mejoraron las posibilidades de éxito.
En lo que quizás sí había fallado, era en haber olvidado a Los Otros por tanto tiempo. Si su intención hubiera sido huir, estaba bien que se hubiera enterrado en aquel pueblito para siempre. Pero lo que quería era rebelarse contra ellos, encabezar una revolución que implantara la anarquía para poder minar así el poder de la Organización.
¿Podría organizar algo sin que nadie de los que lo rodearan conocieran su propósito? Evidentemente no. Debía comenzar una nueva etapa en la que iría delegando funciones en personas que previamente tendría que iniciar.
Aparentemente la única que conocía su intención era doña Matilde. Ahora era el turno de instruir convenientemente a Felipa y a Néstor. Quizás también a Marcial, si es que quería incorporar a esa clase de marginados, tal como se había propuesto desde un principio.
Lo que no lograba explicarse era para qué volvía a Buenos Aires. ¿Para recoger la plata que le habría cobrado Estrada? No le hacía falta. Lo que le habían entregado Los Otros le bastaba y sobraba para “empezar de nuevo” y recuperar en poco tiempo lo perdido por la inundación. Quizás existían otros motivos ocultos que le eran dictados por quien sabe qué divinidad. Le cruzaron feos presentimientos que se negó a analizar.
Durmió sobresaltado y con extraños sueños que luego no pudo recordar en su totalidad. Sólo le quedó a nivel consciente su propia imagen reflejada en un espejo. A la madrugada escuchó a un vehículo que paraba cerca de la casa. Sin encender las luces, espió por la ventana y vio a los vecinos que hablaban en la vereda con dos hombres que habían venido en un automóvil. Aquellos hombres eran distintos a los que lo visitaron como integrantes de la Fundación, pero el vehículo parecía ser el mismo. ¡Lo habían encontrado! No imaginaba cómo, pero supuso que al entrar de nuevo en sus imperios, los ojos que vigilaban los caminos habían avisado de su presencia. ¿De que valió entonces toda la parodia del suicidio?
Cuando vio que los vecinos señalaban hacia la casa, tuvo la intención de huir dejando abandonada la camioneta, pero después recapacitó. Tenía que volver a dejar pistas que desorientaran a sus perseguidores.
Por otra parte ¿Por qué iban a seguirlo? Aún no había organizado nada. Pero allí estaban ellos, dispuestos a evitar que organizara algo que se opusiera a su global dominio del mundo. Se hacía evidente que era peligroso para Los Otros y que había sido condenado al destierro. Una línea invisible separaba ambos mundos y él fue destinado a uno de ellos por aquellos regidores de la vida y de la muerte.
¿Dónde estaba esa frontera? ¿En el río Bermejo o más allá, rodeando a Villafañe? ¿Había gendarmes sin uniforme custodiándolas? ¿O los gendarmes reales, los de uniforme, eran los verdaderos custodios?
No tuvo respuestas para esos interrogantes, pero eran los planteos que le hacían falta para saber como moverse y donde pisar.
Los Otros se fueron como vinieron, pero Sergio sabía que iban a volver y que estaban cerca, siguiendo sus movimientos. Hacia el mediodía, avisó a los vecinos que iba a estar unos días ausente, porque iba a Córdoba y luego a La Pampa. Se llevaba la llave por las dudas volviera de noche, así no tenía que molestarlos para que le abrieran. Notó la cara de disgusto que pusieron y los imaginó corriendo a avisar a sus custodios apenas él saliera.
La mujer intentó una resistencia.
— ¡Pero si para nosotros no es ninguna molestia! Al contrario. Nuestra vida es tan aburrida que nos alegra que alguien venga a visitarnos.
Tuvo ganas de decirle que él no había venido a visitarlos, pero prefirió no hacer ningún comentario e irse con la llave, sin darles más explicaciones.
Hizo unos 20 kilómetros hacia Córdoba y paró en una estación de servicio, metiendo la camioneta en la fosa de engrase. El personal estaba almorzando pero salió un muchacho a atenderlo.
— Quiero hacer un engrase completo.– pidió– Pero no tengo apuro. Terminen de comer tranquilos que yo voy a estirar un poco las piernas.
Desde el baño vio al automóvil. Al pasar por el lugar, disminuyeron la velocidad, mirando con atención. Por suerte la inactividad de la estación de servicio era total y la camioneta estaba bien disimulada. Comprendió la necesidad de desprenderse de ella en cuanto pudiera.
Sin esperar el servicio solicitado volvió sobre el camino recorrido, dirigiéndose ahora hacia Buenos Aires. Quería recuperar el dinero del seguro y a lo mejor –¿por qué no?– ganar a Estrada para su causa. Él tenía la formación política y filosófica necesaria para una obra de la magnitud que Sergio se había propuesto sin tener ni la mitad de los conocimientos y convicciones de Estrada.
Cuando llegó a Buenos Aires ya tenía elaborado un nuevo plan. Dejó la camioneta en un estacionamiento cerrado y compró un pequeño Renault usado, al que habían polarizado los vidrios. Eso le permitiría desplazarse por la ciudad sin ser detectado. Alquiló una habitación en una de esas casas viejas cuyos dueños utilizan parte de su vivienda para obtener un ingreso extra. Utilizó ese recurso porque sabía que si lo querían encontrar, Los Otros buscarían en hoteles y pensiones.
Se empeñó en descubrir la casa de Estrada –que no conocía– mediante una investigación que incluyó una cuidadosa revisión de la guía telefónica. Esa lectura resultó ardua e infructuosa por dos detalles importantes: no conocía el nombre de pila (para él siempre fue “el flaco”) y porque Estrada no tenía teléfono. No quería ir a encontrarlo en el trabajo porque otros compañeros podrían verlo y allí se terminaría la “presunción de suicidio”. Al fin, después de un seguimiento que le ocupó tres días, supo que vivía en una casa similar a la que él había alquilado, pero ubicada en el barrio de Flores. Otros tres días estuvo estudiando la manera de entrar a la pieza del flaco cuando él no estuviera, sin ser visto ni por los vecinos ni por los otros habitantes de la casa. Delante de la puerta cancel había una gran reja imposible de saltar sin que lo vieran. La noche no podría protegerlo porque esa cuadra estaba muy iluminada. Por una de las calles laterales había un terreno baldío rodeado de casas de dos plantas. Una de las paredes presentaba huecos y salientes que eran huellas de la demolición de una casa adosada, origen del baldío. Trepó por ella hasta la azotea de la casa vecina y, mediante un pequeño salto, llegó hasta el balcón de Estrada. La ventana estaba entreabierta, a pesar de ser un día frío. Entró y quedó un largo rato sentado, para acostumbrarse a la penumbra.
Después abrió un viejo ropero y sobre un estante encontró el portafolios con todo el dinero.
No pudo menos que sorprenderse por la lealtad y la ingenuidad de su amigo. Allí se convenció de que era digno de ser contado entre los dirigentes del ejército de los desposeídos. Ahora tenía que buscar la manera de encontrarse con él, sin que Los Otros lo supieran.
Se le ocurrió de pronto. Escribió en un papel que dejó sobre la mesa:

Sr. NS /NC:
Visite a “don Pedro Olivares” en Mayor Vicente Edmundo Villafañe (3601) Formosa. Pobrediablo

No tenía dudas de que él lo entendería. La referencia “No Sabe /No contesta” como el flaco se autodenominó en el encuentro que tuvieron, lo haría comprender quién era el destinatario y también la firma: Pobrediablo, porque así él llamó a quien se perjudicaba por las acciones de los terroristas.
Se fue por el balcón, dejando el portafolios en el lugar que estaba. Sabía que el mismo Estrada se lo llevaría.
Cuando chico creía que, cuando él fuera grande, los hombres ya se comunicarían telepáticamente sin necesitar de aparatos de ningún tipo. ¿Por qué no? Allí en el espacio, sin nada que interfiriera su pensamiento, dirigió su mente hacia su compañero, al que ahora sentía su amigo.