martes, 8 de julio de 2008

CAPÍTULO XXXIX.

Carta de Pedro (que nunca llegó a destino):
Después de tantas palabras, después de lo que fue y de lo que no fue, después de la alegría y la angustia, después del beso y la pasión, después del abrazo y la caricia, después de la mirada atrevida, necesito rescatarte.
Después del futuro anunciado y no cumplido, después de los supuestos y los desvelos, después de los sueños no soñados, de las camas no tendidas, y las intimidades no reveladas, me queda tu ternura. Quiero rescatar para mí el pedacito de esperanza que me diste, la confianza en mis fuerzas, tu hermosura ofrecida, el cachito de sol que me diste a beber y quiero buscar tu presencia en este monte de ausencias que me rodea para siempre.
Rescato la alegría. Me queda el sabor de tus labios, la luz de tus ojos, el negro de tu pelo, la caricia de tus manos. Me queda para siempre la tristeza, cuando siento el eterno vacío de mis brazos.
Ojalá me quedara tu perdón. Yo no me perdono. No me perdono haber sido el ladrón que robó a mano armada tus besos, tus promesas. No me perdonaré nunca si no lográs olvidar los momentos vividos. Y no me perdonaré si yo los olvido.
Me has hecho vivir los momentos más felices, cuando ya no creía en la posibilidad de vivirlos. Ya nada será igual. Todo es hermoso con tu recuerdo que llevo para siempre; todo es terrible porque no te tengo. La vida es linda porque te amo; la vida es una tortura porque te he perdido. De ahora en adelante podés estar tranquila. Trataré de rescatar mi amor de padre y tu amor de hija. Trataré de ser feliz pensando en que nadie, ni vos ni la muerte, van a poder sacarme lo que ya me diste. Gracias amor de mi vida.
En la tierra ya habían perdido las primeras planas, pronto serían completamente olvidados. A veces, algún memorioso intentaría acercarlos: “¿Qué fue de aquellos astronautas?” pero el silencio lo haría desistir de su intento. Quizás en el último momento de sus vidas comprendieron que sólo fueron un instrumento para que Los Otros cumplieran sus fines