jueves, 17 de julio de 2008

CAPÍTULO XXX.

Las tareas de la Fundación “Fortín Solari” se fueron haciendo rutina. Pedro comprendió que su presencia ya no era imprescindible y buscó la manera de alejarse de algo que ya no lo motivaba. Con la excusa de tener que atender diversas actividades rurales, comenzó a restringir su asistencia a las reuniones y fue delegando responsabilidades. Encontró en la gente que había ido reclutando, la voluntad de asumir cada vez más compromisos. Ángel se ocupaba de dirigir o hacer todo aquello que significaba un esfuerzo físico o una habilidad manual. Aníbal, que se había incorporado merced a los oficios de Claudia, era el organizador del sistema de gobierno de la fundación, que se basaba en la plena participación de todos sus integrantes, tal como lo había hecho en sus empresas. Silvana y José ya reemplazaban a Claudia en la tarea de reclutar docentes y hasta habían hecho una “cabecera de playa” en la organización gremial del sector y otra en la política, dando a su partido la orientación más conveniente a los propósitos buscados por la Fundación. Como siempre, el flaco Estrada elaboraba todos los proyectos que iría a emprender la organización y le daba un toque de doctrina a la dirección intuitiva que ejercía Aníbal.
Además de su falta de motivación, a Pedro lo inquietaba un sentimiento íntimo que comenzó a hacerse obsesivo.
Silvina había crecido y ya era una señorita que despertaba admiración por su belleza. Era su hija desde todo punto de vista y ella lo consideraba su padre, pero un día comenzó a darse cuenta que sentía por ella una atracción que excedía el amor paternal. Cuando ella lo abrazaba cariñosamente, había un cosquilleo en su bajo vientre. Sabía que psicológicamente solía pasar, pero razonadamente se sintió un canalla. Cuando el deseo avanzó decidió cortarlo. Al fin él era aún un hombre joven y el instinto animal perduraba aunque su posibilidad fáctica estaba reprimida por la razón. Pero ¿qué pasaría cuando la razón encontrara una buena excusa para eliminar esa represión?
Tenía que alejarse del pueblo, pero no imaginó ningún motivo valedero para hacerlo. Fue Estrada el que trajo la solución.
— La actividad en el pueblo ya está perfectamente organizada.— dijo en una reunión — Es necesario que este sistema, esta democracia que implementamos en Villafañe, comience a expandirse por otras partes del país.
— Y quizá también en el extranjero — acotó Claudia.
— Si ¿por qué no? Yo había pensado en comenzar la expansión en Paraguay que tiene tanta similitud con nosotros. Pero creo que lo mejor será que lo hagamos primero en nuestro país porque, aunque nuestra gente se parece a la de Paraguay, las leyes no son las mismas y nos falta conocimiento del contexto social y político.
Pedro iba a ofrecerse para ser el que hiciera punta en cada uno de los nuevos lugares en donde comenzara instalarse, pero pensó que Felipa se lo reprocharía luego.
Fue Aníbal el que propuso lo que Pedro quería. Sugirió que se siguieran los mismos pasos que en Villafañe. Pedro sería el que comenzara los contactos, después iría Estrada para la organización del grupo y luego el propio Aníbal para democratizar la zona.
— Me parece bien.— aprobó calurosamente Estrada — Hemos comprobado que nadie mejor que Sergio...perdón... Pedro, para iniciar una organización.
— No te hagas el modesto — replicó el aludido — nada de esto se hubiera realizado sin vos.
— Reconozco que algo hice. Pero vos tenés algo que a mí me falta: saber pedir ayuda y elegir los colaboradores que te complementen.
Aníbal creyó oportuno intervenir para hacer menos solemne la charla que se había originado.
— Si se trata de modestia, no dejemos de reconocer la organización democrática que logró imprimir Aníbal.
Planearon cuidadosamente los lugares por donde llevarían su revolución incruenta y solapada. Como en aquel pueblito de Formosa, nadie sabría que se estaba produciendo una transformación social, que se estaba creando una sociedad paralela.
Como al principio de su gesta, Pedro quedó aquella noche muchas horas contemplando el diáfano cielo de Villafañe. La soledad y las estrellas lo sumieron en la melancolía. Pensó en Felipa y en Silvina y ese pensamiento irremediablemente lo llevó recordar (¿a buscar?) a Mercedes y a Mirta.
La figura de Silvina fue creciendo. Ya era una adolescente hermosa e inteligente que sabía sostener una conversación como adulta y que comprendía muchas miserias que se anidan en el corazón de los hombres. Era un ángel. Poco a poco Pedro fue comprendiendo que estaba enamorado de ella, sin perder por eso el amor por Felipa. Se dio un respiro en su remordimiento por el pecado que pesaba en su conciencia. No se cuestionó el incesto intelectual que estaba cometiendo, sólo se preguntó cómo era posible estar enamorado al mismo tiempo de dos personas. Comprendió que en la multitud de gente que lo rodeaba, no había nadie que pudiera contenerlo en su calidad de amigo, que comprendiera el nuevo drama que se estaba desarrollando dentro de él. Una persona en la que pudiera volcar con dureza la situación conflictiva. Ni siquiera doña Matilde podía servir esta vez, como había servido tantas otras, para contenerlo en su angustia. Nadie podría comprender y perdonar ese amor, que era prohibido desde cualquier aspecto que se tomara.
No teniendo un interlocutor válido, se cuestionaba y se respondía a sí mismo. El cuestionador era duro e intolerante, el respondedor frío y razonador.
Concluyó en que aquel era un amor imperdonable, reprobable, inconfesable. Pero también comprendió que no tenía el menor deseo de impedir que ese amor –imperdonable, reprobable, inconfesable – se siguiera desarrollando dentro de él. Se propuso, eso sí, reprimir toda acción que lo pudiera llevar a la materialización lúbrica de su pecado. Decidió terminar con las circunvalaciones a que lo llevaba su vano soliloquio cuando lucubró un razonamiento peligroso: De acuerdo al Evangelio, “el que mira a una mujer con malos deseos ya cometió adulterio en su corazón”. Por lo tanto, si el pecado ya ha sido cometido ¿por qué no disfrutar de él? Era la buena excusa que la razón por fin había encontrado.
Su enajenación, comprensible y comprendida, apuró a Pedro para lograr la manera de poder concretar su intención de alejarse lo más pronto posible de la tentación que lo asechaba y que causaría su ruina definitiva.
De todas formas, la partida se demoró unos meses, para que Estrada y Claudia pudieran preparar la estrategia y el itinerario a seguir. En el ínterin sucedieron algunos hechos significativos que Estrada, en el cuaderno de bitácora codificado que llevaba, resumió así:

1.-Aníbal regresó a Buenos Aires
2.- Claudia quedó embarazada.
3.- Un grupo de turistas visitó Villafañe.
4.- Murió doña Matilde.

Una vez perdido el contacto con la nave, los que en la tierra eran responsables de la misión, comenzaron a pensar cómo lograr que este fracaso se convirtiera en un impulso para futuras misiones. Con la colaboración de los medios de comunicación, comenzaron una campaña de sensibilidad pública.