domingo, 27 de julio de 2008

CAPÍTULO XX.

Aquel domingo amaneció lluvioso por lo que pudo ser aprovechado plenamente para el comienzo de la organización que, primero en broma y después en serio, comenzó a ser llamada como “Los Nuestros”.
Silvina había ido a la casa de una compañera de la escuela para pasar el día, así que los mayores tuvieron la libertad de hablar claramente y planificar futuras acciones. No es que la dejaran fuera de sus planes, sólo que por su corta edad, le sería dificultoso entender toda la etapa preparatoria. Después, las actividades que realizaran se le harían rutina y sería la primera militante que se hubiera formado dentro de la organización y no al revés, como sucedía con ellos.
Para explicar de qué se trataba, Pedro apeló a ejemplos que casi todos habían vivido por lo que nadie dudó de la existencia de Los Otros y de la necesidad de organizarse contra ellos.
Lo que más les sorprendió a los nuevos “reclutas” fue el cambio de identidad. A Claudia y a Néstor, porque lo habían conocido como Pedro y a Estrada porque lo conoció como Sergio. Los tres hicieron una promesa: ignorarían que alguna vez existió un Sergio Peralta.
— Desde hoy tengo un nuevo amigo. — dijo Estrada — Se llama Pedro.
—¿Conociste alguna vez a un tal Sergio Peralta?— le preguntó Felipa.
— Si, era un compañero de trabajo. Pero nunca le di mucha bola porque era un burgués sin ninguna sensibilidad social.
Pedro reaccionó:
— ¡Eh! ¿Ese concepto tenías de mí?
— De vos no. De Sergio.
Esta vez Néstor contagió a todos su carcajada. Fue el comienzo de una camaradería entre cinco seres humanos quienes, con la guía espiritual de la médica, habían sido destinados a la lucha contra un dominio invisible pero riguroso.
A mediodía pusieron unas carnes a las brasas para asegurar el almuerzo mientras seguía la charla.
Estrada propuso comenzar la tarea de promoción y reclutamiento a través de las escuelas. Los docentes deberían adherir a los principios, aún antes de pertenecer a la organización y los alumnos formarían el semillero de futuros Nuestros. Claro que tendrían que hacer una paciente investigación para saber cuáles maestros tenían una manera de pensar coincidente y luego, en diarias dosis, administrarle las técnicas con la que deberían difundir las ideas a sus alumnos.
— No en vano — decía Estrada — Sarmiento impuso nuestro sistema liberal por medio de la escuela.
— Y como no confiaba en las maestras que había en el país, importó las que estuvieran libres de la contaminación nacionalista que podría ser altamente peligrosa para lo que se proponía — completó Claudia.
— Veo que no te has conformado con la educación oficial que te dieron en la escuela — aprobó con satisfacción Estrada.
Los demás asentían al ver que había una comunidad de ideas, pero no entendían mucho las referencias históricas y pedagógicas que hacían los dos más preparados.
Coincidieron en la necesidad de dar a la nueva organización, un nombre para que sirviera de referencia y para que ellos mismos no tuvieran que nombrarla como “Los Nuestros”.
—¿Cómo decías que se llamaba la organización de Los Otros?— preguntó Felipa a Pedro.
— Fundación “Luis Ordoñes”. Fácil de identificar porque las dos palabras comienzan y terminan como “Los Otros”.
— Entonces llamemos a la nuestra “Lorenzo Navarro” — propuso Néstor.
Claudia pensó un momento.
— No. Porque esos nombres empiezan como “Los Nuestros” pero no terminan igual.
— Entonces ¿qué les parece “Lorenzos Navarros”
— Bromas aparte, antes de elegir un nombre deberíamos pensar cual es la figura jurídica que más nos conviene. Yo creo que tendríamos que crear una fundación, porque no es comercial y su sola mención da la idea de algo destinado a la ayuda a los demás. — dijo Estrada.
— También podría ser una mutual — propuso Claudia.
— Sería lo más adecuado, pero en una mutual cada tres o cuatro años tendríamos que exponernos a perder la conducción en manos de otros socios. En la fundación (creo) los directivos no cambian. No será democrático pero es más efectivo para los fines que nos proponemos. Con el tiempo ya veríamos la manera de ir incluyendo nuevas personas. Seremos lo más democráticos que podamos.
Durante un rato debatieron si era mejor buscar para la Fundación a crear, un nombre por el que se supiera que pertenecía a Los Nuestros o simular que se trataba de una de las tantas entidades intermedias que hay en el país para ocultar actividades de todo tipo. Se decidieron por esta última postura y eligieron una denominación ambigua: Fundación Maradona. La mayoría supondría que se trataba de un homenaje al jugador de fútbol Diego Armando Maradona, lo que los haría rápidamente populares, pero ante los organismos internacionales en los que buscarían la financiación necesaria, refrescarían la memoria hacia el doctor Laureano Maradona, un médico que un día dejó la “civilización” para dedicar toda su vida a cuidar la salud de la población aborigen de una zona de Formosa.
Rieron e hicieron bromas sobre que el origen del capital de la nueva organización provendría del dinero que Los Otros habían entregado a Sergio para alejarlo de una posibilidad de represalia.
— Evidentemente — decía Estrada — o no son tan “vivos” o se consideran impunes.
— Creo más en esa suposición de impunidad — contestó Pedro — Y creo también que se les va a acabar muy pronto.
Más que una incipiente conspiración, aquello parecía el brindis después de un triunfo. Y quizás lo fuera. Era la primera batalla ganada: un germen de organización, logrado mediante una trabajosa ingeniería genética. La tarea de ahora era hacerlo germinar. El terrario elegido sería “Mayor Villafañe”, el pequeño pueblo perdido en Formosa que acaso un día sea considerado como la Normandía del nuevo mundo.
Pasaron el resto del día lucubrando planes para las batallas que vendrían. Acordaron que Estrada volvería a Buenos Aires, retomaría su tarea de la oficina en forma normal y se dedicaría a establecer contactos y a obtener el reconocimiento necesario para que la nueva fundación operara legalmente.
También ese día fue el que consagró a Estrada como el estratega del grupo. Tantos años hurgando en la literatura anarquista y con el pensamiento en esa dirección, le permitió ser el de ideas más claras.
— No sé si esto que voy a decirte contradice lo que vos tenías planeado — sugirió a Pedro — pero creo que por ahora no tenés que salir de este pueblo. Por lo visto tu camuflaje no resultó y Los Otros ya te tienen detectado. Debemos tranquilizarlos. Tenemos mucho tiempo para dedicar a la organización de nuestra lucha. Todo ese tiempo debemos hacerles suponer que te has aclimatado a esta vida y que no estás dispuesto a enfrentarte a ellos. Muchas veces imaginé este momento y siempre consideré imprescindible lo que hemos decidido: comenzar la subversión por medio de la docencia. Ahora tenemos que encontrar algún maestro que haga punta y esté dispuesto a ir metiendo la semillita de la anarquía, no sólo en sus alumnos, sino también en otros maestros.
— Hasta ahora todo me parecía lógico. En teoría, lo ideal es aportar maestros a la causa, pero llevándolo a la práctica, me parece difícil esa posibilidad. Los maestros han sido educados en una estructura que les imposibilita salirse de la historia oficial y del racionalismo a ultranza. En otras palabras: son también víctimas del sistema. Por eso lo veo tan difícil — acotó Claudia — Y no digo “imposible” porque se me ocurre algo. Si a mi no me cabe la reclusión que le hemos impuesto a Pedro, todavía me parece posible encontrar en mi vieja casa familiar mi, hasta ahora inútil, diploma de maestra.
Estrada que había asumido su rol de organizador que tácitamente todos le dieron, aprobó calurosamente la idea sugerida.
— Con la influencia de Pedro no te será difícil encontrar un puesto de maestra en el pueblo y desde allí comenzarás tu tarea de zapa. Con eso tenemos solucionado el primer punto. El segundo apunta a la política. ¿Qué posibilidades hay de encontrar un político que haga en esa área lo que Claudia va a iniciar en la escuela?
Pedro supuso que no podía procederse en la política de la misma manera que lo iban a hacer en la docencia, dadas las incapacidades que todos ellos tenían para la política, unos por ignorantes y otros por utópicos. Creyeron que lo más práctico sería tratar de aportar al movimiento a alguno que ya se dedicaba a ella.
— Creo que el doctor Eduardo Areco sería un buen candidato.
—¿Abogado?
— No. Médico.
— Entonces puede ser. Si bien los médicos suelen creerse Dios o al menos un “diosito” al que el tata Dios ha encomendado que nos administre cada tanto un milagro en cápsulas, los prefiero a uno de esos tipos que se pasa diciendo “no se puede”, simplemente porque hay alguna ley que no lo permite.
Estrada se quedó en el pueblo algunos días más. Después partió a seguir su rutina laboral, que ya no lo sería tanto. Con él viajó Claudia, para conseguir su diploma de maestra y los reconocimientos necesarios.
Antes eligieron un rosao en el monte para construir una casa donde habría de vivir Claudia a su regreso y que al mismo tiempo sirviera de sede a la nueva organización. Para ese propósito la diseñaron con un amplio comedor que pudiera contener las grandes reuniones que habrían de tener cuando ya fueran una potencia. Estrada eligió vivir en el rancho de Marcial.
— Para comprender a los marginados hay que vivir como ellos.
Después que se fueron, Pedro se quedó muchas horas mirando las estrellas
...que le parecen más bellas
cuando uno es más disgraciao
y que Dios las haiga criao
pa’ consolarse con ellas.
como decía Martín Fierro.
El espectáculo estelar era allí muy distinto al que se ve en las ciudades. La falta de contaminación y de iluminación artificial permite ver infinidad de puntos invisibles para los habitantes ciudadanos. La vía láctea se derrama luminosa y blanca, justificando el nombre que le pusieron los antiguos observadores.
Y así, consciente de su pequeñez, compartió la grandeza del universo.
Hasta que al fin lo vieron. Ese puntito azulado no podía ser otro planeta. ¡Era la tierra! Aunque tenían la razonada convicción de que jamás podrían llegar a ella, la sintieron más suya y más cercana. Ya las nebulosas incomprensibles que los rodeaban dejaron de amenazarlos y comenzaron a ser las amigas que los protegían del inmenso vacío.