sábado, 16 de agosto de 2008

CAPÍTULO XLI

Sergio Peralta vaga por las calles de Moreno tratando de encontrar en cada hueco, en cada sombra, a Mercedes y a Mirta. Buscando en el presente, un pasado que ya no existe.
En esa alma errante persisten los recuerdos, verdadera forma del infierno, castigo eterno. Trata de asir inútilmente lo que ya fue y que nunca volverá a ser.
Las voces de sus pensamientos rebotan en las casas urbanas como si fueran el eco de lo que ya no existe, y se esparcen en los escasos baldíos de las afueras.
Algunos vecinos dicen que en las noches serenas se escucha un silbido que a veces es un canto que poco a poco se transforma en tango y después en lamento:
“¡Cómo te extraño! Pero no sé si lo que extraño es aquella linda sonrisa que conocí hace tanto tiempo o es este algo que fui creando desde tu nada hacia mi eternidad.
¡¿Por qué no te vas de una vez?! No escuches mi llamado: olvidá esta mano que te está atrapando y andate para siempre.
Manzi y Cadícamo se unieron para darnos la letra de un tango y ese murmullo nos está haciendo creer que estamos vivos.
¡Pero es inútil! Seguís danzando con la muerte tu tango de recuerdos. Un tango que nunca muere.
Los que no creen en fantasmas, se ríen de los crédulos afirmando que esa historia no es más que la rémora de algún poema de Hilario Ascasubi, con su volvedor Santos Vega.

Pedro Rafael Olivares quiere escaparle al infinito vagando sin rumbo por los esteros y los montes de Villafañe.
Su infierno es pensar que esa huida infructuosa será para siempre. Que no cambiará a través de los siglos.
Su lamento se confunde con el vaho que sube desde los esteros y se transforma en un silbido que los lugareños adjudican al “pombero”, ese pequeño duende que te acompaña si sos bueno y te ataca si sos malo. Su alma muda balbucea, sin palabras, un carpe diem:
No quiero la eternidad. Quiero el momento, sin la pesada carga de la realidad fingida. No quiero ser el sueño sin fin ni la vigilia eterna.
Quiero el Ya, el ahora. Aún no es tarde para empezar a arder en la ceniza, para pensar en el presente sin nostalgia ni esperanza. Las vísperas no existieron (y aún no existen).
No quiero la eternidad ¡Quiero el momento!
Por una convención secular, creemos que el sol acaba de aparecer iluminando las calles de Moreno. Creemos que el sol de Villafañe ha aparecido también, reflejándose en los esteros dormidos.
Sabemos, por haberlo estudiado en la escuela, que no hay dos soles. Que es el mismo sol; y que no aparece, sino que son los distintos lugares del planeta los que se van exponiendo a sus rayos a distintas horas. Y sabemos que, aunque esté nublado o sea de noche, el sol sigue brillando en el espacio.
Para los antiguos hombres de nuestra civilización el sol era un dios, para los antiguos guaraníes era el adorno que el dios Ñanderubusu llevaba en el pecho. Para la ciencia de hoy es una estrella, centro de nuestro sistema. Pero no nos importa. Preferimos seguir creyendo y diciendo que el sol sale.
Creemos que la gente piensa, sueña y vive en la ciudad de Moreno. Creemos que la gente que piensa, sueña y vive en Villafañe, no es otra gente sino que son otros afanes y otros desvelos.
Preferimos ignorar el hecho cierto de que la gente no existe, que sólo es una palabra, que no es más que un título que se ha inventado para denominar a un conjunto de individuos que, paradójicamente, nunca es conjunto.
Y todos esos individuos, jugando a ser gente, queriendo ser montón, ignora que vaga en un planeta que a su vez vaga en una constelación, que a su vez vaga en un infinito de islas errantes, en busca de un dios que quién sabe en busca de qué Dios camina.